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Especialmente numerosos han sido los hallazgos en esta materia durante los últimos cinco años, y ello gracias a los científicos que se han dedicado a estudiar la microbiota intestinal y su influencia en el eje intestino cerebro—el canal de comunicación bidireccional entre el tracto digestivo y el cerebro. No solo han establecido vínculos entre la composición de la microbiota intestinal y enfermedades como la depresión y la ansiedad, sino que también han desvelado el potencial del intestino para revelar nuevos enfoques en el diagnóstico y tratamiento de los trastornos relacionados con el cerebro.
Jane A. Foster, profesora asociada del Departamento de Psiquiatría y Neurociencias Conductuales de la Universidad de McMaster (Canadá), se ha centrado en la microbiota intestinal y sus metabolitos durante un estudio realizado sobre la relación entre cuerpo y cerebro. Junto con otros científicos, se ha propuesto encontrar en el intestino parámetros que suministren información acerca del cerebro y más especialmente, sobre la salud mental.
«Lo que buscamos son sistemas de señalización entre las bacterias del intestino y el cerebro, ya que a largo plazo queremos averiguar si los biomarcadores que podemos observar en el exterior del cerebro tienen la capacidad de indicar lo que sucede en el sistema nervioso central», explica Foster.
«Actualmente, estamos llevando a cabo estudios tanto con ratones como con humanos», explica la científica. «En el caso de las personas, lo que nos interesa es obtener un análisis de sangre o un marcador de orina que podamos usar como marcador y nos ayude a eliminar parte de la heterogeneidad en las enfermedades mentales, clasificando a las personas en subconjuntos que permitan aplicar el tratamiento correcto”.
Esto significaría, por ejemplo, que entre un grupo tan amplio y diversificado como el de las personas diagnosticadas con depresión, podrían identificarse grupos más reducidos con un componente biológico común. Este enfoque de «medicina de precisión» podría implicar orientar a los pacientes hacia tratamientos más eficaces. Foster cita un ejemplo de cómo funcionaría esta estrategia: «un paciente acude a la consulta de su médico y este puede realizar un análisis de sangre o una imagen cerebral que identifique el mejor enfoque para ese individuo —ya sean fármacos, estimulación neuronal, o terapia Cognitivo Conductual— entre todas las elecciones posibles para pacientes depresivos».
Además, Foster, junto con otros científicos, está implicada en el desarrollo de nuevos tratamientos de salud mental que influyen en el microbioma intestinal, llamados «psicobióticos».
El término psicobiótico fue acuñado por científicos irlandeses en 2013 y se refería originalmente a un subconjunto de probióticos que podrían resultar beneficiosos para la salud de las personas con enfermedades psiquiátricas. Según, Foster, «a la gente le gusta ese término —les hace reflexionar, y eso es positivo». La investigadora apoya ahora la reciente propuesta de estos mismos científicos irlandeses de ampliar esta definición de psicobióticos mas allá de los probióticos, para incluir los prebióticos y otros medios que influyan en el microbioma en beneficio de la salud mental.
Foster considera que algunos probióticos constituyen los psicobióticos perfectos. Por ejemplo, en una revisión de diversos estudios probióticos para la depresión se han vinculado los probióticos a una reducción de los síntomas de depresión, especialmente en personas de hasta 60 años; además, según otra revisión de diversos estudios, algunas especies de probióticos parecen paliar los efectos de la depresión y de la ansiedad.
Todavía se requieren más estudios sobre los tratamientos psicobióticos en humanos, especialmente en lo que respecta a la comprensión del funcionamiento biológico —pero podrían convertirse en una realidad antes de lo que algunos piensan, opina Foster. «Algunos productos ya están disponibles y se están aplicando en ensayos clínicos», recalca. «Son fáciles de aplicar en las poblaciones clínicas. Incluso aunque se trate de un tratamiento adyuvante».
Nuestros conocimientos sobre salud mental podrían evolucionar rápidamente en los años venideros a medida que se abren nuevos enfoques terapeúticos gracias a estos trabajos sobre intestino-cerebro. «Es el ámbito con una de las evoluciones más rápidas que conozco», confiesa Foster. «Las ideas obtenidas gracias a los ratones y el hecho de que en el ámbito clínico se esté hablando de ello inmediatamente son algo inaudito».