Una de las enfermedades cardiovasculares más frecuentes en nuestro país es el ictus que cada año afecta, por desgracia, a entre 110.000 y 120.000 personas en España. Unas cifras alarmantes que la convierten en la primera causa de muerte en mujeres y en la segunda en hombres.
Razón de más para tratar de conocer los primeros síntomas; algo clave para llevar a cabo un diagnóstico temprano y empezar a tomar medidas. Pero, ¿cuáles son exactamente? ¿Cómo analizarlos? Hoy recabamos algunos de los más frecuentes y explicamos también el procedimiento que debemos poner en marcha en caso de padecerlo.
Qué es un ictus
Antes de entrar en mayores vicisitudes, sin embargo, cabe comentar en qué consiste el ictus. En concreto se produce cuando la arteria cerebral encargada de irrigar la zona del cerebro en la que se encuentra una determinada función se obstruye –isquémico- o se rompe –hemorrágico-, de manera que el paciente pierde ciertas capacidades (hablar, movilizar, comprender, moverse, etcétera). En función del área cerebral afectada.
Para que nos entendamos, se trata de algo del equivalente a un infarto de miocardio (en el corazón). Después de padecerlo, y si bien un tercio de los pacientes suele recuperarse totalmente, se pueden sufrir secuelas permanentes e incluso llega a provocar la muerte. Asimismo, cabe tener en cuenta que existen determinados factores de riesgo como la edad y la raza que no podemos cambiar.
Nos estamos refiriendo al tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol y drogas, el colesterol elevado, la diabetes, obesidad y otros factores como la hipertensión arterial, el exceso de la sal en la dieta, y el sedentarismo, entre otros. Unas cuestiones que se encuentran en nuestra mano modificar y que resultan de vital importancia, y nunca mejor dicho.
Los primeros síntomas
Pero vayamos con los primeros síntomas de un ictus. Uno de los más significativos tiene que ver con la sensación de mareo que experimenta el paciente, algo que puede plasmarse en una pérdida del equilibrio, en sensaciones de confusión y vértigo intensas. De hecho, estas pueden acabar en caídas, desmayos y similares.
Estas primeras también son frecuentes como consecuencia de la pérdida de fuerza en los miembros inferiores. Asimismo, esta perdida de fuerza puede producirse en otras zonas del cuerpo, como los brazos y la cara, donde se padece una suerte de hormigueo, adormecimientosúbito e incluso dolor –es habitual queafecte una parte de la cara (izquierda o derecha, por ejemplo)-.
La pérdida de la visión o alteraciones en la misma son otros indicativos. Aquí tienen cabida desde las manchas hasta la visión borrosa o empañada sin motivo aparente. La dificultad para caminar, levantar las manos, mover un brazo o una pierna, sonreír, así como la desviación de la comisura labial, resultan frecuentes.
El afectado también suele sufrir problemas a la hora de hablar correctamente, comprender palabras sin dificultad alguna, pronunciarlas, expresarse y similares; y resulta habitual que padezca intensos dolores de cabeza e incluso náuseas, vómitos e hipo. Todos estos pueden darse de forma aislada o al mismo tiempo, razón de más para alarmarse.
La importancia de una detección temprana
Según los expertos, la detección temprana de un ictus, dentro de las primeras cuatro horas y media, reduce notablemente las posibles secuelas a las que nos hemos reducido. Al respecto, la Sociedad Española de Neurología comenta que no hay que restarle importancia a los síntomas referidos, a pesar de que desaparezcan de forma espontánea, pues podría tratarse de un accidente isquémico transitorio (AIT) que, tratado a tiempo, evitaría el infarto cerebral.
La prevención
Tal y como hemos comentado previamente, la prevención es otro asunto clave. La clave radica en modificar nuestros hábitos poco saludables por otros que sí lo son. Optar por una dieta equilibrada, baja en grasa y sal; y hacer ejercicio de forma regular (lo ideal son cuarenta minutos de actividad moderada), evitar el consumo excesivo de alcohol y abandonar el tabaco son algunas de las más obvias.
Llevar a cabo un seguimiento del peso corporal, vigilar nuestro riesgo cardiovascular –más de la mitad de los ictus se relacionan con la tensión alta mantenida durante mucho tiempo- y alejarnos del estrés serán también clave.
Primeras medidas
Ante las primeras señales de alarma será básico llamar a los servicios de urgencia (112) o acudir al hospital rápidamente, informando a los profesionales de la situación. La activación precoz del CODIGO ICTUS para este tipo de casos permite que se tomen medidas con la mayor celeridad.
Mientras llega la ambulancia, conviene vigilar las constantes vitales de la víctima, aflojarle la ropa y tratar de que se encuentre lo más cómoda posible. Si se observa que cae en estado de inconsciencia, conviene colocarla de lado, con el brazo inferior estirado bajo la cabeza. En caso de que deje de respirar y siempre que se cuente con los recursos necesarios, pueden realizarse maniobras de reanimación cardiopulmonar.
No obstante, nunca deberemos mover a la persona bruscamente. Forzarla a hablar o moverse, sujetarla en caso de convulsiones o darle de comer o beber, dejarla sola, y administrar medicamentos sin conocimiento son acciones que se encuentran totalmente contraindicadas.